martes, 9 de marzo de 2010

REFLEXION DEL 7 DE MARZO DE 2010

REFLEXIONES DE FIDEL
Los peligros que nos amenazan

(Tomado de CubaDebate)

No se trata de una cuestión ideológica relacionada con la esperanza irremediable de que un mundo mejor es y debe ser posible.

Es conocido que el homo sapiens existe desde hace aproximadamente 200 mil años, lo que equivale a un minúsculo espacio del tiempo transcurrido desde que surgieron las primeras formas de vida elementales en nuestro planeta hace alrededor de tres mil millones de años.

Las respuestas ante los insondables misterios de la vida y la naturaleza han sido fundamentalmente de carácter religioso. Carecería de sentido pretender que fuese de otra forma, y tengo la convicción de que nunca dejará de ser así. Mientras más profundiza la ciencia en la explicación del universo, el espacio, el tiempo, la materia y la energía, las infinitas galaxias y las teorías sobre el origen de las constelaciones y estrellas, los átomos y fracciones de los mismos que dieron origen a la vida y la brevedad de la misma, y los millones y millones de combinaciones por segundo que rigen su existencia, más preguntas se hará el hombre en busca de explicaciones que serán cada vez más complejas y difíciles.

Mientras más se enfrascan los seres humanos en buscar respuestas a tan profundas y complejas tareas que se relacionan con la inteligencia, más valdrán la pena los esfuerzos por sacarlos de su colosal ignorancia sobre las posibilidades reales de lo que nuestra especie inteligente ha creado y es capaz de crear. Vivir e ignorarlo es la negación total de nuestra condición humana.

Algo, sin embargo, es absolutamente cierto, muy pocos se imaginan cuán cerca puede estar la desaparición de nuestra especie. Hace casi 20 años, en una Cumbre Mundial sobre el Medio Ambiente en Río de Janeiro, abordé ese peligro ante un público selecto de Jefes de Estado y de Gobierno que escuchó con respeto e interés, aunque nada preocupado por el riesgo que veía a distancia de siglos, tal vez milenios. Para ellos, con seguridad, la tecnología y la ciencia, más un sentido elemental de responsabilidad política, serían capaces de enfrentarlo. Con una gran foto de personajes importantes, los más poderosos e influyentes entre ellos, concluyó feliz aquella importante Cumbre. No había peligro alguno.

Del cambio climático apenas se hablaba. George Bush, padre, y otros relumbrantes líderes de la Alianza Atlántica, disfrutaban la victoria sobre el campo socialista europeo. La Unión Soviética fue desintegrada y arruinada. Un inmenso caudal del dinero ruso pasó a los bancos occidentales, su economía se desintegró, y su escudo defensivo frente a las bases militares de la OTAN, había sido desmantelado.

A la antigua superpotencia que aportó la vida de más de 25 millones de sus hijos en la segunda guerra mundial, le quedó solo la capacidad de respuesta estratégica del poder nuclear, que se había visto obligada a crear después que Estados Unidos desarrolló en secreto el arma atómica lanzada sobre dos ciudades japonesas, cuando el adversario vencido por el avance incontenible de las fuerzas aliadas no estaba ya en condiciones de combatir.

Se inició así la Guerra Fría y la fabricación de miles de armas termonucleares, cada vez más destructivas y precisas, capaces de aniquilar varias veces la población del planeta. El enfrentamiento nuclear sin embargo continuó, las armas se hicieron cada vez más precisas y destructivas. Rusia no se resigna al mundo unipolar que pretende imponer Washington. Otras naciones como China, India y Brasil emergen con inusitada fuerza económica.

Por primera vez, la especie humana, en un mundo globalizado y repleto de contradicciones, ha creado la capacidad de destruirse a sí misma. A ello se añaden armas de crueldad sin precedentes, como las bacteriológicas y químicas, las de napalm y fósforo vivo, que son usadas contra la población civil y disfrutan de total impunidad, las electromagnéticas y otras formas de exterminio. Ningún rincón en las profundidades de la tierra o de los mares quedaría fuera del alcance de los actuales medios de guerra.

Se conoce que por estas vías han sido creados decenas de miles de artefactos nucleares, incluso de carácter portátil.

El mayor peligro deriva de la decisión de líderes con tales facultades en la toma de decisión, que el error y la locura, tan frecuentes en la naturaleza humana, pueden conducir a increíbles catástrofes.

Han transcurrido casi 65 años desde que estallaron los dos primeros artefactos nucleares, por la decisión de un sujeto mediocre que tras la muerte de Roosevelt quedó al mando de la poderosa y rica potencia norteamericana. Hoy son ocho los países que, en su mayoría por el apoyo de Estados Unidos, disponen de esas armas, y varios más disfrutan de la tecnología y los recursos para fabricarlas en un mínimo de tiempo. Grupos terroristas, enajenados por el odio, podrían ser capaces de acudir a ellas, del mismo modo que gobiernos terroristas e irresponsables no vacilarían en usarlas dada su conducta genocida e incontrolable.

La industria militar es la más próspera de todas y Estados Unidos el mayor exportador de armas.

Si de todos los riesgos mencionados se libera nuestra especie, existe uno todavía mayor, o al menos más ineludible: el cambio climático.

La humanidad cuenta hoy con siete mil millones de habitantes, y pronto, en un plazo de 40 años, alcanzará nueve mil millones, una cifra nueve veces mayor que hace apenas 200 años. En tiempos de la antigua Grecia, me atrevo a suponer que éramos alrededor de 40 veces menos en todo el planeta.

Lo asombroso de nuestra época es la contradicción entre la ideología burguesa imperialista y la supervivencia de la especie. No se trata ya de que exista la justicia entre los seres humanos, hoy más que posible e irrenunciable; sino del derecho y las posibilidades de supervivencia de los mismos.

Cuando el horizonte de los conocimientos se amplía hasta límites jamás concebidos, más se acerca el abismo adonde la humanidad es conducida. Todos los sufrimientos conocidos hasta hoy son apenas sombra de lo que la humanidad pueda tener por delante.

Tres hechos ocurrieron en solo 71 días, que la humanidad no puede pasar por alto.

El 18 de diciembre de 2009, la comunidad internacional sufrió el mayor descalabro de la historia, en su intento de buscar solución al más grave problema que amenaza el mundo en este instante: la necesidad de poner fin con toda urgencia a los gases de efecto invernadero que están provocando el más grave problema enfrentado hasta hoy por la humanidad. Todas las esperanzas habían sido puestas en la Cumbre de Copenhague después de años de preparación con posterioridad al Protocolo de Kyoto, que el Gobierno de Estados Unidos —el más grande contaminador del mundo— se había dado el lujo de ignorar. El resto de la comunidad mundial, 192 países, esta vez incluyendo a Estados Unidos, se habían comprometido a promover un nuevo acuerdo. Fue tan vergonzoso el intento norteamericano de imponer sus intereses hegemónicos que, violando elementales principios democráticos, intentó establecer condiciones inaceptables para el resto del mundo de forma antidemocrática, en virtud de compromisos bilaterales con un grupo de los países más influyentes de las Naciones Unidas.

A los Estados que integran la organización internacional se les invitó a firmar un documento que constituye una burla, en el que se habla de aportes futuros meramente teóricos para frenar el cambio climático.

No habían transcurrido todavía tres semanas cuando, al atardecer del 12 de enero, Haití, el país más pobre del hemisferio y el primero en poner fin al odioso sistema de la esclavitud, sufrió la mayor catástrofe natural en la historia conocida de esta parte del mundo: un terremoto de 7,3 grados en la escala Richter, a solo 10 kilómetros de profundidad y a muy corta distancia de la orilla de sus costas, golpeó la capital del país, en cuyas débiles casas de barro vivían la inmensa mayoría de las personas que resultaron muertas o desaparecidas. Un país montañoso y erosionado de 27 mil kilómetros cuadrados, donde la leña constituye prácticamente la única fuente de combustible doméstica para nueve millones de personas.

Si en algún lugar del planeta una catástrofe natural ha constituido una inmensa tragedia es Haití, símbolo de pobreza y subdesarrollo, donde viven los descendientes trasladados de África por los colonialistas para trabajar como esclavos de los amos blancos.

El hecho conmocionó al mundo en todos los rincones del planeta, estremecido por las imágenes fílmicas divulgadas que rayaban en lo increíble. Los heridos, sangrantes y graves, se movían entre los cadáveres clamando por auxilio. Bajo los escombros yacían los cuerpos de sus seres queridos sin vida. El número de víctimas mortales, según cálculos oficiales, superó las 200 mil personas.

El país ya estaba intervenido por fuerzas de la MINUSTAH, que las Naciones Unidas enviaron para restablecer el orden subvertido por fuerzas mercenarias haitianas que, instigadas por el Gobierno de Bush, se lanzaron contra el Gobierno elegido por el pueblo haitiano. Algunos edificios donde moraban soldados y jefes de las fuerzas de paz también se desplomaron, causando dolorosas víctimas.

Los partes oficiales estiman que, aparte de los muertos, alrededor de 400 mil haitianos fueron heridos y varios millones, casi la mitad de la población total, sufrieron afectaciones. Era una verdadera prueba para la comunidad mundial, que después de la bochornosa Cumbre de Dinamarca estaba en el deber de mostrar que los países desarrollados y ricos serían capaces de enfrentar las amenazas del cambio climático a la vida en nuestro planeta. Haití debe constituir un ejemplo de lo que los países ricos deben hacer por las naciones del Tercer Mundo ante el cambio climático.

Se puede creer o no, desafiando los datos, a mi juicio irrebatibles, de los más serios científicos del planeta y la inmensa mayoría de las personas más instruidas y serias del mundo, quienes piensan que al ritmo actual de calentamiento, los gases de efecto invernadero elevarán la temperatura no solo 1,5 grados, sino hasta 5 grados, y que ya la temperatura media es la más alta en los últimos 600 mil años, mucho antes de que los seres humanos existieran como especie en el planeta.

Es absolutamente impensable que nueve mil millones de seres humanos que habitarán el mundo en el 2050 puedan sobrevivir a semejante catástrofe. Queda la esperanza de que la propia ciencia encuentre solución al problema de la energía que hoy obliga a consumir en 100 años más el resto del combustible gaseoso, líquido y sólido que la naturaleza tardó 400 millones de años en crear. La ciencia tal vez puede encontrar solución a la energía necesaria. La cuestión sería saber cuánto tiempo y a qué costo los seres humanos podrán enfrentar el problema, que no es el único, ya que otros muchos minerales no renovables y graves problemas requieren solución. De una cosa podemos estar seguros, a partir de todos los conceptos hoy conocidos: la estrella más próxima está a cuatro años luz de nuestro Sol, a una velocidad de 300 mil kilómetros por segundo. Una nave espacial tal vez recorra esa distancia en miles de años. El ser humano no tiene otra alternativa que vivir en este planeta.

Parecería innecesario abordar el tema si a solo 54 días del terremoto de Haití, otro increíble sismo de 8,8 grados de la escala Richter, cuyo epicentro estaba a 150 kilómetros de distancia y 47,4 de profundidad al noroeste de la ciudad de Concepción, no ocasionara otra catástrofe humana en Chile. No fue el mayor de la historia en ese hermano país, se dice que otro alcanzó 9 grados, pero esta vez no fue solo un fenómeno de efecto sísmico; mientras en Haití durante horas se esperó un maremoto que no se produjo, en Chile el terremoto fue seguido por un enorme tsunami, que apareció en sus costas entre casi 30 minutos y una hora después, según la distancia y datos que todavía no se conocen con toda precisión y cuyas olas llegaron hasta Japón. De no ser por la experiencia chilena frente a los terremotos, sus construcciones más sólidas y sus mayores recursos, el fenómeno natural habría costado la vida a decenas de miles o tal vez cientos de miles de personas. No por ello dejó de ocasionar alrededor de mil víctimas mortales, según datos oficiales divulgados, miles de heridos y tal vez más de dos millones de personas sufrieron daños materiales. Casi la totalidad de su población de 17 millones 94 mil 275 habitantes, sufrió terriblemente y aún padece las consecuencias del sismo que duró más de dos minutos, sus reiteradas réplicas, y las terribles escenas y sufrimientos que dejó el tsunami a lo largo de sus miles de kilómetros de costa. Nuestra Patria se solidariza plenamente y apoya moralmente el esfuerzo material que la comunidad internacional está en el deber de ofrecerle a Chile. Si algo estuviera en nuestras manos, desde el punto de vista humano, por el hermano pueblo chileno, el pueblo de Cuba no vacilaría en hacerlo.

Pienso que la comunidad internacional está en el deber de informar con objetividad la tragedia sufrida por ambos pueblos. Sería cruel, injusto e irresponsable dejar de educar a los pueblos del mundo sobre los peligros que nos amenazan.

¡Que la verdad prevalezca por encima de la mezquindad y las mentiras con que el imperialismo engaña y confunde a los pueblos!

Fidel Castro Ruz
Marzo 7 de 2010
9 y 27 p.m.

martes, 9 de febrero de 2010

REFLEXION DEL 7 DE FEBRERO DE 2010

La Revolución Bolivariana y las Antillas

(Tomado de CubaDebate)

Me gustaba la historia como a casi todos los muchachos. También las guerras, una cultura que la sociedad sembraba en los niños del sexo masculino. Todos los juguetes que nos ofrecían eran armas.

En mi época de niño me enviaron para una ciudad donde nunca me llevaron al cine. Entonces no existía la televisión y en la casa donde vivía no había radio. Tenía que usar la imaginación.

En el primer colegio adonde me llevaron interno, leía con asombro sobre el Diluvio Universal y el Arca de Noé. Más tarde consideré que era quizás un vestigio que la humanidad guardaba del último cambio climático en la historia de nuestra especie. Fue, posiblemente, el final del último período glacial, que se supone tuvo lugar hace muchos miles de años.

Como es de suponer, más tarde leí con avidez las historias de Alejandro, César, Aníbal, Bonaparte y, por supuesto, todo cuanto libro caía en mis manos sobre Maceo, Gómez, Agramonte y demás grandes soldados que lucharon por nuestra independencia. No poseía cultura suficiente para comprender lo que había detrás de la historia.

Más adelante centré mi interés en Martí. A él le debo en realidad mis sentimientos patrióticos y el concepto profundo de que "Patria es humanidad". La audacia, la belleza, el valor y la ética de su pensamiento me ayudaron a convertirme en lo que creo que soy: un revolucionario. Sin ser martiano, no se puede ser bolivariano; sin ser martiano y bolivariano, no se puede ser marxista, y sin ser martiano, bolivariano y marxista, no se puede ser antiimperialista; sin ser las tres cosas no se podía concebir en nuestra época una Revolución en Cuba.

Hace casi dos siglos, Bolívar quiso enviar una expedición al mando de Sucre para liberar a Cuba, que mucho lo necesitaba, en la década de 1820, como colonia azucarera y cafetalera española, con 300 mil esclavos trabajando para sus propietarios blancos.

Frustrada la independencia y convertida en neocolonia, no se podía en Cuba alcanzar jamás la dignidad plena del hombre, sin una revolución que pusiera fin a la explotación del hombre por el hombre.

"...yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre."

Martí, con su pensamiento, inspiró el valor y la convicción que llevó a nuestro Movimiento al asalto de la fortaleza del Moncada, lo que jamás habría pasado por nuestras mentes sin las ideas de otros grandes pensadores como Marx y Lenin, que nos hicieron ver y comprender las realidades tan distintas de la nueva era que estábamos viviendo.

Durante siglos, en nombre del progreso y el desarrollo, se justificó en Cuba la odiosa propiedad latifundista y la fuerza de trabajo esclava, que había sido precedida por el exterminio de los antiguos habitantes de estas islas.

De Bolívar, Martí dijo algo maravilloso y digno de su gloriosa vida:

"...lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy: porque Bolívar tiene que hacer en América todavía."

"Déme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo."

En Venezuela, como en las Antillas hicieron otras, la potencia colonial sembró caña, café, cacao, y llevó también como esclavos a hombres y mujeres de África. La resistencia heroica de sus indígenas, apoyándose en la naturaleza y extensión del suelo venezolano, impidió el aniquilamiento de los habitantes originales.

Con excepción de una parte al Norte del hemisferio, el inmenso territorio de Nuestra América quedó en manos de dos reyes de la Península Ibérica.

Sin temor puede afirmarse que, durante siglos, nuestros países y los frutos del trabajo de sus pueblos han sido saqueados, y continúan siéndolo por las grandes empresas transnacionales y las oligarquías que están a su servicio.

A lo largo de los siglos XIX y XX, es decir, durante casi 200 años después de la independencia formal de la América Ibérica, nada cambió en esencia. Estados Unidos, a partir de las 13 colonias inglesas que se rebelaron, se expandió hacia el Oeste y el Sur. Compró Luisiana y Florida, le arrebató más de la mitad de su territorio a México, intervino en Centroamérica y se apoderó del área del futuro Canal de Panamá, que uniría los grandes océanos al Este y el Oeste del continente por el punto donde Bolívar deseaba crear la capital de la mayor de las repúblicas que nacería de la independencia de las naciones de América.

En aquella época, el petróleo y el etanol no se comercializaban en el mundo, ni existía OMC. La caña, el algodón y el maíz eran cultivados por esclavos. Las máquinas estaban por inventarse. Avanzaba con fuerza la industrialización a partir del carbón.

Las guerras impulsaron la civilización, y la civilización impulsó las guerras. Estas cambiaron de carácter, y se hicieron más terribles. Finalmente se convirtieron en conflictos mundiales.

Por fin éramos un mundo civilizado. Incluso, lo creemos como cuestión de principios.

Pero no sabemos qué hacer con la civilización alcanzada. El ser humano se ha equipado con armas nucleares de inconcebible certeza y aniquiladora potencia, mientras desde el punto de vista moral y político, ha retrocedido bochornosamente. Política y socialmente, estamos más subdesarrollados que nunca. Los autómatas están sustituyendo a los soldados, los medios masivos a los educadores, y los gobiernos empiezan a ser sobrepasados por los acontecimientos sin saber qué hacer. En la desesperación de muchos líderes políticos internacionales se aprecia la impotencia ante los problemas que se acumulan en sus despachos de trabajo y las reuniones internacionales cada vez más frecuentes.

En esas circunstancias, tiene lugar en Haití una catástrofe sin precedentes, mientras en el lado opuesto del planeta continúan desarrollándose tres guerras y una carrera armamentista, en medio de la crisis económica y conflictos crecientes, que consume más del 2,5% del PIB mundial, una cifra con la que podrían desarrollarse en poco tiempo todos los países del Tercer Mundo y tal vez evitar el cambio climático, consagrando los recursos económicos y científicos que son imprescindibles para ese objetivo.

La credibilidad de la comunidad mundial acaba de recibir un duro golpe en Copenhague, y nuestra especie no está mostrando su capacidad para sobrevivir.

La tragedia de Haití me permite exponer este punto de vista a partir de lo que Venezuela ha hecho con los países del Caribe. Mientras en Montreal las grandes instituciones financieras vacilan sobre qué hacer en Haití, Venezuela no vacila un minuto en condonarle la deuda económica, de 167 millones de dólares.

Durante casi un siglo las mayores transnacionales extrajeron y exportaron el petróleo venezolano a ínfimos precios. Venezuela se constituyó durante decenios en el mayor exportador mundial de petróleo.

Es conocido que cuando Estados Unidos gastó cientos de miles de millones de dólares en su guerra genocida de Vietnam, matando e invalidando millones de hijos de ese heroico pueblo, también rompió unilateralmente el acuerdo de Bretton Woods suspendiendo la conversión en oro del dólar, como estipulaba el acuerdo, y lanzando sobre la economía mundial el costo de esa sucia guerra. La moneda norteamericana se devaluó y el ingreso en divisas de los países caribeños no alcanzaba para pagar el petróleo. Sus economías se basan en el turismo y las exportaciones de azúcar, café, cacao y otros productos agrícolas. Un golpe anonadante amenazaba las economías de los Estados del Caribe, con excepción de dos de ellos exportadores de energía.

Otros países desarrollados eliminaron las preferencias arancelarias a exportaciones agrícolas caribeñas, como el banano; Venezuela tuvo un gesto sin precedentes: le garantizó a la mayoría de esos países suministros seguros de petróleo y facilidades especiales de pago.

Nadie se preocupó, en cambio, por el destino de esos pueblos. De no haber sido por la República Bolivariana una terrible crisis habría golpeado a los Estados independientes del Caribe, con excepción de Trinidad-Tobago y Barbados. En el caso de Cuba, después que la URSS colapsó, el Gobierno Bolivariano impulsó un crecimiento extraordinario del comercio entre ambos países, que incluía el intercambio de bienes y servicios, que nos permitió enfrentar uno de los períodos más duros de nuestra gloriosa historia revolucionaria.

El mejor aliado de Estados Unidos, y a la vez el más bajo y vil enemigo del pueblo, fue el farsante y simulador Rómulo Betancourt, Presidente electo de Venezuela cuando triunfó la Revolución en Cuba en 1959.

Fue el principal cómplice de los ataques piratas, los actos terroristas, las agresiones y el bloqueo económico a nuestra patria.

Cuando más lo necesitaba nuestra América, estalló finalmente la Revolución Bolivariana.

Invitados a Caracas por Hugo Chávez, los miembros del ALBA se comprometieron a prestar el máximo apoyo al pueblo haitiano en el momento más triste de la historia de ese legendario pueblo que llevó a cabo la primera Revolución social victoriosa en la historia del mundo, cuando cientos de miles de africanos al sublevarse y crear en Haití una República a miles de millas de sus tierras natales, llevaron a cabo una de las más gloriosas acciones revolucionarias de este hemisferio. En Haití hay sangre negra, india y blanca; la República nació de los conceptos de equidad, justicia y libertad para todos los seres humanos.

Hace 10 años, en instantes en que el Caribe y Centroamérica perdieron decenas de miles de vidas durante la tragedia del huracán Mitch, se creó en Cuba la ELAM para formar médicos latinoamericanos y caribeños que un día salvarían millones de vidas, pero en especial y por encima de todo, servirían como ejemplo en el noble ejercicio de la profesión médica. Junto a los cubanos estarán en Haití decenas de jóvenes venezolanos y otros latinoamericanos graduados en la ELAM. De todos los rincones del continente han llegado noticias de muchos compañeros que estudiaron en la ELAM, que desean colaborar junto a ellos en la noble tarea de salvar vidas de niños, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos.

Habrá decenas de hospitales de campaña, centros de rehabilitación y hospitales, donde prestarán servicios más de mil médicos y estudiantes de los últimos años de la carrera de Medicina, procedentes de Haití, Venezuela, Santo Domingo, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Brasil, Chile y los demás países hermanos. Tenemos el honor de contar ya con un número de médicos norteamericanos que también estudiaron en la ELAM. Estamos dispuestos a cooperar con aquellos países e instituciones que deseen participar en estos esfuerzos para prestar servicios médicos en Haití.

Venezuela aportó ya casas de campaña, equipos médicos, medicamentos y alimentos. El gobierno de Haití ha brindado toda su cooperación y apoyo a este esfuerzo por llevar los servicios de salud gratuitamente al mayor número posible de haitianos. Será para todos un consuelo en medio de la mayor tragedia que ha tenido lugar en nuestro hemisferio.

Fidel Castro Ruz
Febrero 7 de 2010
8 y 46 p.m.

martes, 2 de febrero de 2010

REFLEXION DEL 25 DE ENERO DE 2010

REFLEXIONES DE FIDEL
Enviamos médicos y no soldados

En la Reflexión del 14 de enero, dos días después de la catástrofe de Haití que destruyó ese hermano y vecino país, escribí: “Cuba, a pesar de ser un país pobre y bloqueado, desde hace años viene cooperando con el pueblo haitiano. Alrededor de 400 médicos y especialistas de la salud prestan cooperación gratuita al pueblo haitiano. En 127 de las 137 comunas del país laboran todos los días nuestros médicos. Por otro lado, no menos de 400 jóvenes haitianos se han formado como médicos en nuestra Patria. Trabajarán ahora con el refuerzo de médicos nuestros que viajaron ayer para salvar vidas en esta crítica situación. Pueden movilizarse, por lo tanto, sin especial esfuerzo, hasta mil médicos y especialistas de la salud que ya están casi todos allí y dispuestos a cooperar con cualquier otro Estado que desee salvar vidas haitianas y rehabilitar heridos.”

“La situación es difícil -nos comunicó la jefa de la Brigada Médica Cubana- pero hemos comenzado ya a salvar vidas.”

Hora tras hora, de día y de noche, en las pocas instalaciones que quedaron en pie, en casas de campaña o en parques y lugares abiertos, por temor de la población a nuevos temblores, los profesionales cubanos de la salud comenzaron a laborar sin descanso.

La situación era más grave que lo imaginado inicialmente. Decenas de miles de heridos clamaban por auxilio en las calles de Puerto Príncipe, y un número incalculable de personas yacían, vivas o muertas, bajo las ruinas de barro o adobe con que habían sido construidas las viviendas de la inmensa mayoría de la población. Edificios, incluso más sólidos, se derrumbaron. Fue necesario además localizar, en medio de los barrios destruidos, a los médicos haitianos graduados de la ELAM, muchos de los cuales fueron afectados directa o indirectamente por la tragedia.

Funcionarios de Naciones Unidas quedaron atrapados en varios de sus albergues y se perdieron decenas de vidas, incluidos varios de los jefes de la MINUSTAH, una fuerza de Naciones Unidas, y se desconocía el destino de cientos de otros miembros de su personal.

El Palacio Presidencial de Haití se derrumbó. Muchas instalaciones públicas, incluso varias de carácter hospitalario, quedaron en ruinas.

La catástrofe conmovió al mundo, que pudo presenciar lo que estaba ocurriendo a través de las imágenes de los principales canales internacionales de televisión. De todas partes, los gobiernos anunciaron el envío de expertos en rescate, alimentos, medicinas, equipos y otros recursos.

De conformidad con la posición pública formulada por Cuba, personal médico de otras nacionalidades, como españoles, mexicanos, colombianos y de otros países, laboró arduamente junto a nuestros médicos en instalaciones que habíamos improvisado. Organizaciones como la OPS y países amigos como Venezuela y de otras naciones suministraron medicamentos y variados recursos. Una ausencia total de protagonismo y chovinismo caracterizó la conducta intachable de los profesionales cubanos y sus dirigentes.

Cuba, al igual que lo ha hecho en situaciones similares, como cuando el Huracán Katrina causó grandes estragos en la ciudad de Nueva Orleáns y puso en peligro la vida de miles de norteamericanos, ofreció el envío de una brigada médica completa para cooperar con el pueblo de Estados Unidos, un país que, como se conoce, posee inmensos recursos, pero lo que se necesitaba en ese instante eran médicos entrenados y equipados para salvar vidas. Por su ubicación geográfica, más de mil médicos de la Brigada “Henry Reeve” estaban organizados y listos con los medicamentos y equipos pertinentes para partir a cualquier hora del día o de la noche hacia esa ciudad norteamericana. Por nuestra mente no pasó siquiera la idea de que el Presidente de esa nación rechazara la oferta y permitiera que un número de norteamericanos que podían salvarse perdieran la vida. El error de ese Gobierno tal vez consistió en su incapacidad para comprender que el pueblo de Cuba no ve en el pueblo norteamericano un enemigo, ni como culpable de las agresiones que ha sufrido nuestra Patria.

Tampoco aquel Gobierno fue capaz de comprender que nuestro país no necesita mendigar favores o perdones de quienes durante medio siglo han tratado inútilmente de ponernos de rodillas.

Nuestro país, igualmente en el caso de Haití, accedió de inmediato a las solicitudes de sobrevuelo en la región oriental de Cuba y a otras facilidades que requerían las autoridades de Estados Unidos para prestar asistencia lo más rápidamente posible a los ciudadanos norteamericanos y haitianos afectados por el terremoto.

Estas normas han caracterizado la conducta ética de nuestro pueblo que, unido a su ecuanimidad y firmeza, han sido los rasgos permanentes de nuestra política exterior. Eso lo conocen bien cuantos han sido adversarios nuestros en la esfera internacional.

Cuba defenderá firmemente el criterio de que la tragedia que ha tenido lugar en Haití, la nación más pobre del hemisferio occidental, constituye un reto a los países más ricos y poderosos de la comunidad internacional.

Haití es un producto neto del sistema colonial, capitalista imperialista impuesto al mundo. Tanto la esclavitud en Haití como su ulterior pobreza fueron impuestas desde el exterior. El terrible sismo se produce después de la Cumbre de Copenhague, donde fueron pisoteados los derechos más elementales de 192 Estados que forman parte de la Organización de Naciones Unidas.

Tras la tragedia, se ha desatado en Haití una competencia por la adopción precipitada e ilegal de niños y niñas, que obligó a que la UNICEF tomara medidas preventivas contra el desarraigo de muchos niños, que despojaría a familiares allegados de tales derechos.

El número de víctimas mortales sobrepasa ya las cien mil personas. Una elevada cifra de ciudadanos ha perdido brazos o piernas, o ha sufrido fracturas que requieren rehabilitación para el trabajo o el desenvolvimiento de sus vidas.

El 80% del país debe ser reconstruido y crear una economía suficientemente desarrollada para satisfacer las necesidades en la medida de sus capacidades productivas. La reconstrucción de Europa o Japón, a partir de la capacidad productiva y el nivel técnico de la población, era una tarea relativamente sencilla en comparación con el esfuerzo a realizar en Haití. Allí, como en gran parte de África y en otras áreas del Tercer Mundo, es indispensable crear las condiciones para un desarrollo sostenible. En solo 40 años la humanidad tendrá más de 9 mil millones de habitantes, y enfrenta el reto de un cambio climático que los científicos aceptan como una realidad inevitable.

En medio de la tragedia haitiana, sin que nadie sepa cómo y por qué, miles de soldados de las unidades de infantería de marina de Estados Unidos, tropas aerotransportadas de la 82 División y otras fuerzas militares han ocupado el territorio de Haití. Peor aún, ni la Organización de Naciones Unidas, ni el Gobierno de Estados Unidos han ofrecido una explicación a la opinión pública mundial de estos movimientos de fuerzas.

Varios Gobiernos se quejan de que sus medios aéreos no han podido aterrizar y transportar los recursos humanos y técnicos enviados a Haití.

Diversos países anuncian, por su parte, el envío adicional de soldados y equipos militares. Tales hechos, desde mi punto de vista, contribuirían a caotizar y complicar la cooperación internacional, ya de por sí compleja. Es necesario discutir seriamente el tema y asignar a la Organización de Naciones Unidas el papel rector que le corresponde en este delicado asunto.

Nuestro país cumple una tarea estrictamente humanitaria. En la medida de sus posibilidades contribuirá con los recursos humanos y materiales que estén a su alcance. La voluntad de nuestro pueblo, orgulloso de sus médicos y cooperantes en actividades vitales, es grande y estará a la altura de las circunstancias.

Cualquier cooperación importante que se ofrezca a nuestro país no será rechazada, pero su aceptación estará subordinada por entero a la importancia y trascendencia de la ayuda que se requiera de los recursos humanos de nuestra Patria.

Es justo consignar que, hasta este instante, nuestros modestos medios aéreos y los importantes recursos humanos que Cuba ha puesto a la disposición del pueblo haitiano no han tenido dificultad alguna en llegar a su destino.

¡Enviamos médicos y no soldados!

Fidel Castro Ruz
Enero 23 de 2010
5 y 30 p.m.


jueves, 21 de enero de 2010

REFLEXION DEL 16 DE ENERO DE 2010

Haití pone a prueba el espíritu de cooperación

Las noticias que llegan de Haití configuran el gran caos que era de esperar en la situación excepcional creada por la catástrofe.

Sorpresa, asombro, conmoción en los primeros instantes, deseos de prestar ayuda inmediata en los más apartados rincones de la Tierra. ¿Qué enviar y cómo hacerlo hacia un rincón del Caribe, desde China, India, Vietnam y otros puntos ubicados a decenas de miles de kilómetros? La magnitud del terremoto y la pobreza del país generan en los primeros instantes ideas de necesidades imaginarias, que dan lugar a todo tipo de promesas posibles que después se tratan de hacer llegar por cualquier vía.

Los cubanos comprendimos que lo más importante en ese instante era salvar vidas, para lo cual estábamos entrenados no sólo frente a catástrofes como esa, sino también contra otras catástrofes naturales relacionadas con la salud.

Allí estaban cientos de médicos cubanos y, adicionalmente, un buen número de jóvenes haitianos de humilde origen, convertidos en bien entrenados profesionales de la salud, una tarea en la que hemos cooperado durante muchos años con ese hermano y vecino país. Una parte de nuestros compatriotas estaban de vacaciones y otros de origen haitiano se entrenaban o estudiaban en Cuba.

El terremoto superó cualquier cálculo; las casas humildes de adobe y barro ─de una ciudad con casi dos millones de habitantes─ no podían resistir. Instalaciones gubernamentales sólidas se derrumbaron, manzanas completas de viviendas se desplomaron sobre los moradores, que a esa hora, al iniciarse la noche, estaban en sus hogares y quedaron sepultados bajo las ruinas, vivos o muertos. Las calles repletas de personas heridas clamaban por auxilio. La MINUSTAH, fuerza de Naciones Unidas, el Gobierno y la Policía quedaron sin jefatura ni puesto de mando. En los primeros instantes, la tarea de esas instituciones con miles de personas fue saber quiénes quedaban con vida y dónde.

La decisión inmediata de nuestros abnegados médicos que laboraban en Haití, así como de los jóvenes especialistas de la salud graduados en Cuba, fue comunicarse entre sí, conocer de su suerte y saber con qué se contaba para asistir al pueblo haitiano en aquella tragedia.

Los que estaban de vacaciones en Cuba se dispusieron de inmediato a partir, así como los médicos haitianos que se especializaban en nuestra Patria. Otros expertos cubanos en cirugía que han cumplido difíciles misiones se ofrecieron para partir con ellos. Basta decir que antes de 24 horas ya nuestros médicos habían atendido a cientos de pacientes. Hoy 16 de enero, a sólo tres días y medio de la tragedia, se elevaba a varios miles el número de personas afectadas que habían sido ya asistidas por ellos.

En horas del mediodía de hoy sábado, la jefatura de nuestra brigada informó entre otros datos los siguientes:

"…realmente es encomiable lo que están haciendo los compañeros. Es opinión unánime que Pakistán ha quedado pequeño ―allí hubo otro gran terremoto donde algunos laboraron―; en aquel país muchas veces recibían fracturas incluso mal consolidadas, algunos aplastamientos, pero aquí ha sobrepasado todo lo imaginable: amputaciones abundantes, las operaciones prácticamente hay que hacerlas en público; es la imagen que habían imaginado de una guerra."

"…el hospital Delmas 33 ya está funcionando; el mismo tiene tres salones quirúrgicos, con plantas eléctricas, áreas de consulta, etcétera, pero está absolutamente repleto."

"…12 médicos chilenos se han incorporado, uno de ellos anestesiólogo; también ocho médicos venezolanos; nueve monjitas españolas; se espera la incorporación, de un momento a otro, de 18 españoles a los cuales la ONU y Salud Pública haitiana les había entregado el hospital, pero les faltaban recursos de urgencia que no habían podido arribar, por lo que decidieron sumarse a nosotros y comenzar de inmediato a trabajar."

"…fueron enviados 32 médicos residentes haitianos, seis de ellos iban a ir directo a Carrefour, un sitio totalmente devastado. También viajaron los tres equipos quirúrgicos cubanos que llegaron ayer."

"…estamos operando las siguientes instalaciones médicas en Puerto Príncipe:

Hospital La Renaissance.

Hospital del Seguro Social.

Hospital de la Paz."

"…funcionan ya cuatro CDI (Centros de Diagnóstico Integral)."

En esta información se transmite sólo una idea de lo que están haciendo en Haití el personal médico cubano y de otros países que laboran con ellos, entre los primeros que llegaron a esa nación. Nuestro personal está en disposición de cooperar y unir sus fuerzas con todos los especialistas de la salud que han sido enviados para salvar vidas en ese pueblo hermano. Haití podría convertirse en un ejemplo de lo que la humanidad puede hacer por sí misma. La posibilidad y los medios existen, pero la voluntad falta.

Cuanto más tiempo se dilate el entierro o la incineración de los fallecidos, la distribución de alimentos y otros productos vitales, los riesgos de epidemias y violencias sociales se elevan.

En Haití se pondrá a prueba cuánto puede durar el espíritu de cooperación, antes de que el egoísmo, el chovinismo, los intereses mezquinos y el desprecio por otras naciones prevalezcan.

Un cambio climático amenaza a toda la humanidad. El terremoto de Puerto Príncipe, apenas tres semanas después, nos está recordando a todos cuán egoístas y autosuficientes nos comportamos en Copenhague.

Los países observan de cerca todo lo que ocurre en Haití. La opinión mundial y los pueblos serán cada vez más severos e implacables en sus críticas.

Fidel Castro Ruz
Enero 16 de 2010
7 y 46 p.m.

lunes, 18 de enero de 2010

REFLEXION DEL 14 DE ENERO DE 2010


La lección de Haití

(Tomado de CubaDebate)

Desde hace dos días, casi a las 6 de la tarde, hora de Cuba, ya de noche en Haití por su ubicación geográfica, las emisoras de televisión comenzaron a divulgar noticias de que un violento terremoto, con magnitud de 7,3 en la escala Richter, había golpeado severamente a Puerto Príncipe. El fenómeno sísmico se había originado en una falla tectónica ubicada en el mar, a sólo 15 kilómetros de la capital haitiana, una ciudad donde el 80% de la población habita casas endebles construidas con adobe y barro.

Las noticias continuaron casi sin interrupción durante horas. No había imágenes, pero se afirmaba que muchos edificios públicos, hospitales, escuelas e instalaciones de construcción más sólida se reportaban colapsadas. He leído que un terremoto de magnitud 7,3 equivale a la energía liberada por una explosión igual a 400 mil toneladas de TNT.

Descripciones trágicas eran transmitidas. Los heridos en las calles reclamaban a gritos auxilios médicos, rodeados de ruinas con familias sepultadas. Nadie, sin embargo, había podido transmitir imagen alguna durante muchas horas.

La noticia nos tomó a todos por sorpresa. Muchos escuchábamos con frecuencia informaciones sobre huracanes y grandes inundaciones en Haití, pero ignorábamos que el vecino país corría riesgo de un gran terremoto. Salió a relucir esta vez que hace 200 años se había producido un gran sismo en esa ciudad, que seguramente tendría unos pocos miles de habitantes.

A las 12 de la noche no se mencionaba todavía una cifra aproximada de víctimas. Altos jefes de Naciones Unidas y varios Jefes de Gobierno hablaban de los conmovedores sucesos y anunciaban el envío de brigadas de socorro. Como hay desplegadas allí tropas de la MINUSTAH, fuerzas de Naciones Unidas de diversos países, algunos ministros de defensa hablaban de posibles bajas entre su personal.

Fue realmente en la mañana de ayer miércoles cuando comenzaron a llegar tristes noticias sobre enormes bajas humanas en la población, e incluso instituciones como Naciones Unidas mencionaban que algunas de sus edificaciones en ese país habían colapsado, una palabra que no dice nada de por sí o podía significar mucho.

Durante horas ininterrumpidas continuaron llegando noticias cada vez más traumáticas de la situación en ese hermano país. Se discutían cifras de víctimas mortales que fluctúan, según versiones, entre 30 mil y 100 mil. Las imágenes son desoladoras; es evidente que el desastroso acontecimiento ha recibido amplia divulgación mundial, y muchos gobiernos, sinceramente conmovidos, realizan esfuerzos por cooperar en la medida de sus recursos.

La tragedia conmueve de buena fe a gran número de personas, en especial las de carácter natural. Pero tal vez muy pocos se detienen a pensar por qué Haití es un país tan pobre. ¿Por qué su población depende casi en un 50 por ciento de las remesas familiares que se reciben del exterior? ¿Por qué no analizar también las realidades que conducen a la situación actual de Haití y sus enormes sufrimientos?

Lo más curioso de esta historia es que nadie pronuncia una palabra para recordar que Haití fue el primer país en que 400 mil africanos esclavizados y traficados por los europeos se sublevaron contra 30 mil dueños blancos de plantaciones de caña y café, llevando a cabo la primera gran revolución social en nuestro hemisferio. Páginas de insuperable gloria se escribieron allí. El más eminente general de Napoleón fue derrotado. Haití es producto neto del colonialismo y el imperialismo, de más de un siglo de empleo de sus recursos humanos en los trabajos más duros, de las intervenciones militares y la extracción de sus riquezas.

Este olvido histórico no sería tan grave como el hecho real de que Haití constituye una vergüenza de nuestra época, en un mundo donde prevalecen la explotación y el saqueo de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta.

Miles de millones de personas en América Latina, África y Asia sufren de carencias similares, aunque tal vez no todas en una proporción tan alta como Haití.

Situaciones como la de ese país no debieran existir en ningún lugar de la Tierra, donde abundan decenas de miles de ciudades y poblados en condiciones similares y a veces peores, en virtud de un orden económico y político internacional injusto impuesto al mundo. A la población mundial no la amenazan únicamente catástrofes naturales como la de Haití, que es sólo una pálida sombra de lo que puede ocurrir en el planeta con el cambio climático, que fue realmente objeto de burla, escarnio y engaño en Copenhague.

Es justo expresar a todos los países e instituciones que han perdido algunos ciudadanos o miembros con motivo de la catástrofe natural en Haití: no dudamos que realizarán en este instante el mayor esfuerzo por salvar vidas humanas y aliviar el dolor de ese sufrido pueblo. No podemos culparlos del fenómeno natural que ha tenido lugar allí, aunque estemos en desacuerdo con la política seguida con Haití.

No puedo dejar de expresar la opinión de que es hora ya de buscar soluciones reales y verdaderas para ese hermano pueblo.

En el campo de la salud y otras áreas, Cuba, a pesar de ser un país pobre y bloqueado, desde hace años viene cooperando con el pueblo haitiano. Alrededor de 400 médicos y especialistas de la salud prestan cooperación gratuita al pueblo haitiano. En 227 de las 337 comunas del país laboran todos los días nuestros médicos. Por otro lado, no menos de 400 jóvenes haitianos se han formado como médicos en nuestra Patria. Trabajarán ahora con el refuerzo que viajó ayer para salvar vidas en esta crítica situación. Pueden movilizarse, por lo tanto, sin especial esfuerzo, hasta mil médicos y especialistas de la salud que ya están casi todos allí y dispuestos a cooperar con cualquier otro Estado que desee salvar vidas haitianas y rehabilitar heridos.

Otro elevado número de jóvenes haitianos cursan esos estudios de medicina en Cuba.

También cooperamos con el pueblo haitiano en otras esferas que están a nuestro alcance. No habrá, sin embargo, ninguna otra forma de cooperación digna de calificarse así, que la de luchar en el campo de las ideas y la acción política para poner fin a la tragedia sin límite que sufren un gran número de naciones como Haití.

La jefa de nuestra brigada médica informó: "la situación es difícil, pero hemos comenzado ya a salvar vidas". Lo hizo a través de un escueto mensaje horas después de su llegada ayer a Puerto Príncipe con refuerzos médicos adicionales.

Tarde en la noche comunicó que los médicos cubanos y los haitianos graduados de la ELAM se estaban desplegando en el país. Habían atendido ya en Puerto Príncipe más de mil pacientes, poniendo a funcionar con urgencia un hospital que no había colapsado y utilizando casas de campaña donde era necesario. Se preparaban para instalar rápidamente otros centros de atención urgente.

¡Sentimos un sano orgullo por la cooperación que, en estos instantes trágicos, los médicos cubanos y los jóvenes médicos haitianos formados en Cuba están prestando a sus hermanos de Haití!

Fidel Castro Ruz
Enero 14 de 2010
8 y 25 p.m.